miércoles, 7 de mayo de 2014

Plegaria de una señora del Tigre (Silvina Ocampo)









Silvina Ocampo (1903-1993) nació en Buenos Aires. Desde joven estudió dibujo y pintura, uno de sus maestros fue Giorgio de Chirico. Publicó por primera vez en 1937 (Viaje olvidado). En 1940 se casó con Adolfo Bioy Casares, y ese mismo año compiló con él y con Borges una proverbial Antología de la literatura fantástica. Sus poemas y cuentos aparecieron en la revista Sur que dirigía su hermana Victoria. El poema pertenece a Enumeración de la patria (1942)





Yo fui quien dibujé con lápices violetas
tu nombre de animal salvaje en las glorietas;
yo te adulé en la infancia haciendo reverencias
al barro, y no a la arena, durante tus ausencias;
pensar en cómo duermen los peces ha ocupado
un sitio del ocaso que no será olvidado,
y al ver las superficies que abarcan tus espejos
he percibido cómo será lo que está lejos
y cómo será un crimen con un temido y triste
cuchillo en tus orillas, y el agua que persiste.

En láminas he visto, terriblemente hermosas,
cascadas coloreadas y grutas, y anhelosas
Ofelias y Narcisos, y todos merecían
tu náutico paisaje y no el que tenían.
Yo creo en la nostalgia que hace crecer tus plantas
queriendo con tus frutos alimentar a santas;
a veces Egipcíacas Marías, y Marías
a veces Magdalenas, amadas y sombrías,
coinciden con la imagen que ambiciona el follaje
de alguno de tus árboles con paciencia de encaje.

Por las enredaderas de madreselvas suaves
me escoltan las canciones de agradecidas aves,
y tienes que escucharme: no en vano habré escuchado
la voz de las sirenas del barco acaudalado.
Si quedas algún día sin mí, yo temo Tigre
que cambies y que mi alma buscándote transmigre
y no te encuentre nunca. No quiero otro lugar
de interminables playas, de rocas hasta el mar,
no quiero en San Isidro barrancas, ni en Olivos,
donde se ven de lejos los barcos fugitivos.
Cantidades de cielo te dan agua rosada,
durante muchas horas la misma agua admirada
parece hecha de tierra si no intervienen albas
o tardes donadoras de curativas malvas;
a veces he dudado que tu agua sea de agua,
que pueda naufragar mi cuerpo o la piragua,
y tienes que mostrarme flotando por tus cauces,
para saberte de agua, las ramas de los sauces.

Mezclándote a Venecia delante de una puerta
habitarán mi sueño cuando me quede muerta:
las sombras preferidas por tus flores de caña,
las violencias de enero, el goce que acompaña
el nadador lustroso, tus canales cruzados
por pasajeras frutas en barcos asoleados,
y siempre en el camino la ninfa con un jarro
y las muertes del bagre profundas como el barro.
Entre constantes álamos donde hay un benteveo
cantando diariamente, en tu delta me veo
fervorosa de ausencias como se está en un templo.
¡Lejana, y sometida, y atenta, te contemplo!

Conozco lacerantes delicias del recuerdo:
las palabras, los brazos amados, el acuerdo
que dicta el corazón, los gestos más frustrados
que vuelven incansables, los ojos invariados.
Me es fácil precisar un vestido lejano
con lisura de pétalo que usé un solo verano,
importantes y nítidas manchas de un cielo raso
el ritmo indiferente o aterrador de un paso.

Me encuentro cada día más habituada al puro
recuerdo. Por tu acuática floración te conjuro:
con islas empalmadas y con pequeñas selvas,
con remos y recreos, oh Tigre, cuando vuelvas
y ya nadie me vea buscando tus paisajes,
no inventes laberintos. Encontraré pasajes
hasta el río Luján, cruzaré el Abra Nueva
como en el paraíso la deslumbrada Eva,
me internaré en arroyos, como entre dos cristales.
Que no te falte nada, ni un canto de zorzales,
ni la podrida fruta, ni el negro caracol
con su inmundo secreto que al sol es tornasol,
ni tu íntima pobreza de ranchos sostenidos
en lo alto por estacas, ni tus líquidos ruidos,
tus sapos y murciélagos que estremecen tus noches
tibias como invernáculos, ni tu ausencia de coches.
Que no te falten lanchas, la soga que se anuda,
ni el desembarcadero con mi sombra desnuda,
ni días de regatas y solitarios gritos,
no, ni los esplendentes ocasos con mosquitos.

¡Qué interminable lista de cosas veneradas
tendría que nombrarte para ser agotadas!
Igual que el pez oscuro surcando la corriente
busca monotonías en el agua inherente,
con dicha de alcancía aguardo cumplimientos
de las repeticiones en todos tus momentos.
Me complace que Lohengrin se asocie a tus glicinas
y a los cisnes de Leda que en sueños me destinas,
me gusta el afectado olor de tu jazmín
del Paraguay: marchito, lo respiro hasta el fin.
Presérvame de miedos (de algunos) de una puerta,
de pozos en el barro donde me dejes muerta
con todas tus mareas, con latas y botellas
que tienen por las noches dobladas las estrellas.

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