domingo, 23 de marzo de 2014

Adrián Paiva (Damián Masotta)










Las imágenes pintadas de Adrián Paiva surgen de dos espacios mentales absolutamente relacionados: la contemplación y el silencio. Crear es parir y parir se pare en un grito que no viene solamente del placer liviano. Gozar está en relación con sentir lo que sea, y en el caso del proceso creativo el sufrimiento y el dolor son partes intrínsecas a él.






El artista auténtico nos muestra en su obra su alma, su ser en el mundo, su modo de comprender, su modo de actuar. Las obras que presenta Paiva en Masottatorres son pedazos de una parte de su vida, retazos de su estar en el Tigre, miradas cotidianas de su entorno que muestran cómo vibra en él la naturaleza observada permanentemente, espacios de selva y monte metidos en la retina, en la piel y la sangre. La naturaleza lo modifica, al igual que lo hace el retumbar de los poetas leídos, de los filósofos discutidos, de los cuadros vistos, del intercambio con los grandes maestros. Los suyos son encuadres necesarios que su ojo componedor de la imagen hace y logra traducir en una maraña de delicadezas, de color puesto donde éste habla mejor. La obra de Paiva es sutil, masculinamente delicada, trabaja con una observación obsesiva, casi científica, es un poeta de la observación. Se siente que lo seduce tanto la geografía tigrense como la materia misma de la pintura cuando empieza a funcionar independientemente de la naturaleza contemplada. Es el momento donde el objeto de la mirada cambia y la pintura pura nace. Allí está el salvaje, que no lo es por vivir en una geografía diferente a la urbana, lo es por cómo la pintura sigue apareciendo primitivamente en él, en esta época de imágenes múltiples traducidas por los bits de la cibernética. El pintor mira el cuadro, se deja seducir por el funcionamiento de los elementos plásticos. La obra se hace abstracta absolutamente y así el poeta escribe seducido por la amada, pero luego la olvida y la hace palabra, verso, metáfora, la amada se aleja, pero surge el poema. El pintor juega en la pintura a mover los hilos para que el juego sea el mejor.






Las pinturas de Paiva tienen una mirada algo extranjera, no urbana, una mirada lenta, que contempla la vida, el artista parece ser en alguna de sus personalidades un monje zen que mira la vida a través del dibujo y de la pintura, lo que se dibuja se comprende -dirán los orientales. Él ha buscado siempre comprender, y hoy parece querer contemplar y dejarse modificar por lo que observa. Paiva es el observado por lo que observa, él es modificado por lo que pinta, por la naturaleza recreada en sus imágenes. “Comer pintura” sería un buen nombre para sus trabajos últimos pues “estar” en la pintura y descubrirse armando mundos mediante ella es lo que Adrián Paiva hace entregándose física y síquicamente a esa tarea. Comer pintura es pensar en la acción de pintar las relaciones entre los colores, las formas, la expresión de los trazos, entrar en conexión vital, visceral, con el material, con la impresión de lo observado dentro y fuera de la tela, es meterse en un trabajo que requiere -por su forma de ser artista- de su sangre, de sus kilos perdidos al pintar, de sus horas de sueño no conciliado. “Paiva, el último romántico” sería otro título adecuado del libro a publicar.

La instalación objetual “heladera de artista” es un maravilloso mundo de historias, un paseo mágico y alquímico por un espacio que parece un freezer de instantes, de reflexiones, de objetos que lo impresionan, lo inspiran o simplemente le atraen con la fuerza con que algunos objetos nos pueden atraer, accionándonos en el deseo de conservarlos sin reconocer por qué. Fetiches, sapos secos, piedras, maderas traídas por el río, pedazos de textos, detalles antiguos encontrados en algún sitio. El Tigre embarra todo, lo lleva a lo que es. La heladera se vuelve así una caja metafísica que nos puede llevar de la risa al temblor, del simple voyerismo que pretende husmear en la vida del otro como si miráramos por la ventana al vecino al encuentro con preguntas básicas; el artista verdadero es un filósofo de los símbolos, es un decidor que dice sin palabras. La heladera nos atrapa y nos lleva a nosotros mismos, nos da de cara con lo que parecemos ser, y así también la instalación ayuda a la lectura del resto de la muestra.


Para el artista del tipo que es Adrián Paiva, la búsqueda pasa por el silencio, la llegada se escribe con los términos de la búsqueda. Y la búsqueda se hace poniendo el cuerpo.






Damián Masotta





Fuente: http://www.masottatorres.com.ar/esp/muestras/paiva.htm

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